Desborde popular y crisis del Estado – José Matos Mar

¿Cuál es la explicación del Perú actual?, ¿es el país andino una sociedad desbordada?, ¿es su Estado una organización que siempre va retrasada con respecto a sus ciudadanos?, ¿es ese Estado incapaz de asimilar a sus masas en una idea única y concreta de desarrollo?

José Matos Mar, uno de los antropólogos más importantes del Perú, describió ya en 1984 un fenómeno que explica muy claramente parte de nuestra realidad actual. Veamos a qué se refería.

Por: Jherson Rubén García Danós

En el mundo empresarial, una organización que no se adapta a su realidad circundante, desaparece. En una guerra, un ejército que no integra sus recursos humanos y logísticos va camino a la derrota. Para un equipo de fútbol, no ser capaz de plasmar una idea acorde a con el estilo de sus jugadores solo significa el fracaso absoluto.

Pero un Estado es una macro corporación que difícilmente quiebra. El Estado es un monstruo burocrático que crea el mito de omnipresencia y atemporalidad ante sus ciudadanos. Es una mega organización que, a ojos de las personas de pie, siempre estuvo ahí y que los hace creer que, sobre sus hombros, cae la responsabilidad de los asuntos públicos y su administración. Es ese Estado el que les quita una parte de su dinero (en forma de impuestos) bajo la excusa de señalarles cómo deben dirigir sus vidas en comunidad, como una garantía para poder ser feliz.

Esta idea del Estado ha sido así desde la aparición de las primeras sociedades jerarquizadas. El concepto de un gobierno que dirige a una sociedad es aceptada en cuanto ese gobierno ofrece una alternativa de vida mejor; sin embargo, lo que épocas antiguas se aceptaba impulsado por el temor a la violencia (“si no tengo a quién me cuide, vendrá otro a robarme lo que poseo”) se vio profundamente modificado a partir de la formación del Estado – Nación y la Revolución Francesa de 1789. A partir del siglo XIX, el Estado ya no es una dirigencia impuesta; sino, un liderazgo concertado para llevar con ecuanimidad y justicia los caminos de la gente que lo elige. Ya no es el miedo lo que prima, sino el espíritu de convivencia e integración voluntaria para lograr una mejor calidad de vida (aunque esto último se discuta en la práctica). Eso es lo que es, o debería ser, un Estado.

En el Perú, sin embargo, este concepto se presenta como una caricatura. Como una lenta y gigante tortuga, el Estado peruano parece únicamente ir por detrás en el camino ya trazado por unos ciudadanos que, en sus ansias de progresar, imponen dinámicas y circunstancias que les permitan una mejor vida y convivencia. Los múltiples de gobiernos avanzan únicamente arrastrados por las circunstancias impuestas de una sociedad que no existe en los papeles de un grupo de burócratas quiénes, tras sus escritorios, intentan vanamente manejar un país que no conocen ni comprenden.

Desde los años 40 del siglo XX, la sociedad peruana inició un proceso de transformación radical para integrar por la fuerza a cientos de pobladores deseosos de un futuro mejor, personas que se volcaron hacia los núcleos urbanos en busca de una oportunidad que el mundo rural jamás les ofrecería. Ignorados durante años, primero por la sociedad colonial y, luego, por la del primer centenario de la república, estos pobladores comenzaron a construir una serie de campamentos endebles que rodeaban las grandes ciudades elitistas de la costa peruana. De entre ellas, Lima fue el principal centro de atracción.

Sin embargo, a pesar de esta aparición sorpresiva, el Estado peruano continuó con la inercia que lo caracterizaba. Incapaz de comprender las dinámicas sociales que se presentaban y renunciando a todo intento de planificación e integración económica y social futura, trató vanamente de continuar laborando a espaldas de esta nueva realidad. Imaginó que los cientos de chozas que acampaban alrededor de las pampas desiertas la capital no eran sino espectros que se esfumarían tan rápido como aparecieron.

Resultó entonces que, con el tiempo, no solo los burócratas del Estado, sino también los hombres poderosos de la ciudad descubrieron que en aquellas chabolas paupérrimas vivían otros seres tan humanos como ellos. Seres que generaban dinamismos, interacciones, intercambios y economías informales y paralelas al status quo criollo oficial. Como en cualquier otro lugar del mundo, en cualquier otro punto de la historia, las personas de estas barriadas se juntaron para enfrentar juntos sus necesidades, crearon mantras de progreso y superación a la par que no aguardaban que ninguna dirigencia externa a sus líderes. Son ellos, apremiados por el hambre y el frío, los que encontraron las formas necesarias para pervivir y sobrevivir.

Fue la propia fuerza orgánica de aquellos pueblos lo que les permitió alcanzar una serie de conquistas ante un Estado que parecía negado reconocerlas inicialmente. Títulos de propiedad, servicios de luz, alcantarillado y agua potable en sus hogares. Triunfos que engalanaron su lucha que aún hoy continúan buscando, como los intentos de cooperación vecinal para enfrentar la delincuencia, la drogadicción o prostitución. Pero siempre, con un Estado ausente que jamás los dirigió ni los incorporó en proceso alguno.

Matos Mar concatena esas ideas de forma muy interesante en este ensayo de cuatro capítulos. Desde el repaso por la herencia colonial de nuestra sociedad hasta las forja de aquellas nuevas identidades, producto de los desplazamientos populares iniciados en los años 40 y que se consolidaron hacia fines de los 70 e inicios de los 80 del siglo XX.

Este es un libro que, a pesar de los años pasados desde su publicación, representa un serio análisis de la génesis de nuestra situación actual: la de un Estado que va a la zaga, retrasado, inconsciente y desconectado de los pensamientos, planes y necesidades de sus ciudadanos. Un Estado que no lidera, sino que es llevado a rastras a aceptar aquello que jamás pensó, pero que tampoco hizo nada para que sea diferente.

LA CITA

“La ilegalidad, la alegalidad, la clandestinidad y la semi clandestinidad se convierte en un estilo dominante e invasor en el que se cristaliza institucionalmente la nueva cultura y ante cuya universalidad y omnipresencia el Perú oficial solo puede responder con el escándalo, la indiferencia o intentos esporádicos y violentos para hacer sentir que continúa existiendo más allá de los límites de la inmensa casbah limeña. Hasta el terreno de la organización política se hace sentir la presión del nuevo estilo: formas inéditas de lucha popular se manifiestan e imponen su presencia fuera del juego oficial de las izquierdas y derechas. Contra ellas todas las tácticas y estrategias de represión convencionales se siguen mostrando inadecuadas. El proceso y crecimiento de la contestación económica de las masas que en estos años ha dado lugar a la atención de gobernantes y estudiosos, no se muestra sino como la forma más visible de un proceso de desborde popular, de mucho más amplia envergadura, sin el cual resulta incomprensible.”

3. El nuevo rostro urbano: la forja de una identidad

Contexto: Matos Mar se encuentra explicando cómo los asentamientos populares que se produjeron en los alrededores de Lima comenzaron a generar sus propias dinámicas sociales. El antropólogo contrasta estas manifestaciones con la reacción que despertó en los sectores tradicionales de la sociedad de entonces.

DATOS DE LA PUBLICACIÓN ORIGINAL

  • Título original: Desborde popular y crisis del Estado
  • Autor: José Matos Mar (Perú)
  • Edición original: Instituto de Estudios Peruanos, 1984.

Puedes revisar el texto íntegro en PDF haciendo clic aquí.

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