En una de las calles típicas de Londres, bajo las escaleras de la casa de sus aborrecibles tíos, un huérfano descubrirá que es el mago más famoso del mundo. Una realidad que trascenderá las páginas de sus libros y se convertirá en realidad. Un cuento que se transformó en una de las referencias ineludibles de la cultura del los años 2000.
A pesar de los rechazos iniciales, J.K. Rowling persistió en la idea de un mundo mágico que convive en paralelo con el mundo real (no mágico), permitiendo que la imaginación de cientos de niños y adolescentes disfruten imaginando que la magia existe, tan cerca como es posible. Tan cerca que puede ser real.
Por: Jherson R. García

Lo primero que uno puede notar cuando lee el primero de los libros de Harry Potter es el tono superinfantil en el que está escrito. A estas alturas, habiendo visto las películas y entender cuál será el final de la saga, uno se asombra de notar el estilo, diálogos y ritmo tan elemental que tiene la historia. No es que uno la rechace por ello; por el contario, uno se ve atraído a continuar con cada uno de sus capítulos. Pero, justamente por ello, resulta grato como un cuento de niños puede sembrar las semilla de la curiosidad y rescatar valores tan apreciables que nos permiten disfrutar la lectura y pedir más.
Evidentemente, existe una idea manida como inicio de la historia, un inicio que es tan sencillo y hasta ingenuo que, en opinión mía, arrastrará un basamento muy débil en las siguientes entregas. Cuál cuento clásico, Harry es un niño huérfano que vive en la casa de sus desalmados tíos, su única familia. Tan malvados son sus tíos que lo obligan a vivir en el agujero bajo la escalera, usar ropas andrajosas, obligarlo a cocinar (¡con tan solo 10 años!) y nunca celebrarle un cumpleaños. Para encontrar a alguien que pueda vivir peor que el pequeño Potter habría que buscar entre las princesas de Disney de los años 40.
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