Exuberante, críptica y magistral. Vargas Llosa hizo gala de todos los recursos narrativos en una novela que parece un rompecabezas. Un texto que solo alcanza su sentido al culminar su lectura. Cada capítulo, cada párrafo y hasta cada línea entremezcla los fragmentos de una historia que solo se completa en la mente de cada uno sus lectores.
Por: Jherson Rubén García Danós

¿Cuál es el secreto que encierra la Casa Verde?, es la pregunta que aparece en la contraportada de la edición de Alfaguara. Su respuesta está en todo el conjunto textual, y mientras se va repasando cada página la pregunta va a acrecentando su significado. ¿Qué es La casa verde? ¿El antiguo burdel de Anselmo?, ¿el nuevo bulín de la Chunga?, ¿la amazonía que envuelve a Santa María de Nieva?, ¿la casa de Lalita?, ¿la vida entera de La selvática? La respuesta: lo es todo.
Lituma y Bonifacia (La selvática) son los que interconectan y dan sentido a la historia. Un drama que repasa las miserias de los hombres y mujeres de los barrios pobres de una Piura en crecimiento y la inaccesibilidad de un poblado como Santa María de Nieva, en la época de gloria del caucho, atrapado en inmensidad la selva peruana.
Es innumerable la cantidad de personajes que hacen su aparición en el texto, ya sea como protagonistas de ciertos pasajes o como referidos en otros. Cada uno de ellos cumple una función dentro de la historia. Sus vidas, moldeadas por la apatía y condena autoimpuesta, los empujan a ser una especie de víctimas de ideas preconcebidas que, cuando se quiebran, solo provocan una desolación que los hunde cada vez más hasta que, otra vez, la resignación los regresa hacia sus propias miserias en forma un círculo vicioso descendente del que no pueden salir.
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