En las alturas de los Andes centrales del Perú, un poblado se enfrenta al fin de su propia cosmovisión y cultura. En dos relatos paralelos, los ranqueños se enfrentan a sus más grandes enemigos, el funcionariado racista y con complejo de superioridad, personificado en un Juez Provincial; y la Cerro de Pasco Cooper Corporation, en su momento una de las empresas norteamericanas más ricas del mundo. Quienes deberían darles cuidado, protección y desarrollo a estas comunidades, son sus más grandes amenazas hacia su supervivencia en el mundo.
Por: Jherson R. García
Si uno busca hoy en el mapa del Perú, difícilmente podrá ubicar a la comunidad de Rancas. A los 4200 m.s.n.m, es parte del Distrito de Simón Bolívar, en la provincia de Cerro de Pasco y región Pasco. Fue en Rancas en donde el Libertador proclamó su el discurso épico previo a la Batalla de Junín en 1824 (la primera de las confrontaciones que selló la independencia latinoamericana); y fue también en Rancas donde se vivió el drama de lo que significaba el desplazamiento y el ataque directo a las formas de vida de los ciudadanos rurales de los Andes.
La Cerro de Pasco Cooper Corporation y el juez Francisco de Montenegro son los antagonistas de dos relatos que corren en paralelo a lo largo de todo el libro. El primero, como aquel demonio invisible que cerca el mundo conocido por los ranqueños y, el segundo que, con su poder incomprensible para los campesinos, hace y deshace a su gusto, tomando cualquier decisión que se le antoje. Ambos enemigos capaces de imponerse sin ninguna justificación entendible, más allá de la capacidad de utilizar a las fuerzas armadas que, en lugar de proteger al pueblo al que sirven, se presta como mercenaria a los intereses políticos y económicos de turno.
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