¿Vale la pena vivir?, ¿vale la pena emocionarse y expresar sentimientos de forma espontánea? ¿Qué sentido tiene preocuparnos por las emociones de los demás, e incluso de las de uno mismo, si todos tenemos el mismo destino de la muerte?
Camus pone, en los pensamientos y palabras de Meursault, una perspectiva tan fría y desarraigada de la vida que nos resulta chocante. La visión del extranjero nos causa una conmoción tan grande que no sabemos si la sentencia final es realmente justa o no.
Por: Jherson R. García
En la árida Argel francesa, Meursault es un hombre como poco ánimo hacia la vida y sus derroteros. La muerte de su madre no lo conmueve en lo más mínimo. Aunque siente la responsabilidad de hacerse cargo de los trámites correspondientes, no parece afectarle más que en el cambio de su rutina diaria de trabajo. No comprende las muestras de sensibilidad de aquellos compartieron los últimos días con su progenitora y se cuestiona constantemente aquella necesidad de expresar tristeza que parecen exigirle estas personas.
En sus relaciones con sus conocidos, nuestro protagonista es exactamente igual. Es incapaz de crear vínculos realmente afectivos con quienes se llaman sus amigos, e incluso con una mujer que pretende ser su novia y eventual esposa. A pesar de sus cuestionamientos, Meursault solo actúa de forma monosilábica, solo dice «sí» o «no», sin cuestionar ni expresar deseos o sentimientos hacia cualquiera de sus decisiones.
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